martes, 12 de enero de 2010

Wenceslao Maldonado presenta su mirada acerca de EL PREFERIDO


LA PAPA YA HA DADO SUS BROTES
hoja de ruta para el crecimiento de una vida

1.- Patricio fue aprendiendo que sobran papas para repartir.
• Esta historia comienza cuando Patricio, el Pato, un pibe de barrio, alejado del centro de La Plata, tiene trece años. A esa edad hay todo por aprender, o mejor, hay todo por experimentar, en especial en el ejercicio de la sexualidad, porque lo primero que nos cuenta es la calentura que le produce el verdulero de la vuelta.
• La relación entre verdulería, papa y calentura ya queda planteada desde un principio. Nito, el verdulero, objeto del deseo del chico, “tenía como una papa en la bragueta que le levantaba el delantal mugriento de tierra de papa.” Bueno, y con Aldo, el carnicero, peceto aparte, no digamos nada. “Eran como dos kilos de papa.” Y antes que nadie, el viejo de la casa abandonada: “Y vi a la luz de la luna, una papa grande que se la tocaba el viejo.” Y fue con ese viejo que se fue dando cuenta. “Yo sabía. Era estúpido pero sabía que el viejo de la bolsa, de la bolsa de papa, me había cogido.”
• Y así con su primo Jorgito, con su compañero de grado Pablo... Hasta que advierte que lo llaman “maricón”. ¿Por qué? Es el primo el que le revela el secreto. “Porque en el barrio todos saben que el día que tu mamá sacó a ventilar el vestido de novia, vos te lo pusiste.” Ya comienzan los mecanismos de la identificación barrial, o social: vos sos esto, tendrías que ser esto otro...
• Sucede con Pato que vive en una familia disfuncional, madre borracha, padre que desaparece, hermano vago. Y en este clima de desorden, el chico comienza a crearse un orden propio en el que necesita tener cada vez más iniciativa. Una noche se escapa a la casa abandonada. “Era mi primera escapada nocturna.” Y de esta primera etapa de iniciación, puede categorizar las papas que ha conocido. “Hay papas calientes. / Y hay papitas. / Hay papotas, pero ay, mamita, / Hay papas viejitas, / hay papas de amor.” Es su primera poesía. Y es el primer ordenamiento de sus experiencias.
• Es emblemático el episodio de las vacaciones en San Clemente con sus tíos y su primo Jorgito, ya que la visión del mar tendrá, paradojalmente, un sentido de vaivén sexual, que se colará en los resquicios del relato en forma poética, como trasparencia y libertad. “Hay un mar de papas que van y vienen”, nos dice Pato en su segunda poesía.
• Esta nueva poesía se cierra con dos versos que marcan el compás de escenas subsiguientes. “Y cuando se les cae la billetera / me quedo con algunos pesos.” El tono, humorista en apariencia, con alguna punta de ironía, se comienza convertir en una dura sátira que castiga las relaciones hipócritas del barrio y de su propia familia. De todo el mundo, comenzando por el verdulero y el carnicero, hasta de su padre, de su hermano Ernesto y de su mamá, se fue cobrando los servicios sexuales que, por iniciativa propia había ofrecido. “Tenía plata. La plata que me había ganado. Nunca más supe de ellos.”
• Con este golpe contundente de un “nunca más” a la niñez, a la ingenuidad de la adolescencia, el autor nos obliga a corrernos geográficamente. Del barrio al centro de la ciudad, y de aquellos personajes de caricatura casi degradada a señoras y señores de aires urbanos. Hay otros nombres y otras relaciones. Albert, Guillermo y Guillermina, los Guilles. Y hay también otras referencias intelectuales que no se daban al principio, los griegos, Foucault, Passolini, Stonewall, Puig, Perlongher.
• Enseguida, en otro salto de tiempo, lo vemos ya licenciado en Letras, con departamento y coche, hecho todo un Simbad o un Ulises, dispuesto a emprender sus viajes por el mundo. Y siguen los itinerarios del aprendizaje. A su vuelta, escuchando la Tercera Sinfonía de Beethoven, el protagonista apunta otro momento de toma de conciencia o, en todo caso, de expresión del inconsciente. “Me vi como alguien que se ve con ojos nuevos y se da cuenta de que no es especial.”
• En los sonidos de esa sinfonía, podría estar Beethoven. Patricio se sonríe “al pensar cómo sonaría una sinfonía de Freud...” ¿Y cómo sonaría una sinfonía de Patricio que no es “especial”?. El relato ha ido dejándonos esa posibilidad de escuchar algo de eso, de imaginarlo. “Lo cómico y lo provocador. También lo sórdido.” El Pato ya le puede confesar a sus lectores, a los oyentes de su narración: “esto es lo que experimenté en mi vida y quizás otros lo experimentarán, de alguna manera.”
• La historia puede seguir, y de hecho sigue. Hay experiencias por hacer, como la del “trimonio” y la paternidad. Los momentos de conciencia siguen, nos sacuden, nos permiten seguir viajando... Percibimos, los que leemos y escuchamos, nuestra soledad más profunda. “La vida como errata.” Podría ser que avanzar de esta manera, vivir una vida así, a fuerza de error y corrección, nos haga imaginar que un único final sería insuficiente. Por eso, con El preferido no vamos a cerrar la historia así nomás. La novela queda abierta, como la vida que nos estamos contando. Y ahora ya no es Patricio, sino nosotros los que vemos cómo la papa ha brotado.

2.- Beethoven hizo un agujero en la partitura.
• “Leí acerca de la decepción de Beethoven con Napoleón”, señala el protagonista, hablándonos ya desde su adultez. A Patricio le llama la atención el agujero que hizo el compositor en la partitura para borrar completamente ese nombre de la dedicatoria. “También entendí algo entre las categorías y su rotura”, añade enseguida. Claro, esa Sinfonía Nº 3, salida de la genialidad de un músico, tiene sus categorías, formas y funciones, pero pueden cambiar de destino, pueden verse y usarse de otra manera, incluso hasta hacerle un agujero al manuscrito. Por supuesto, rápido como aparece Pato, no le cuesta nada hacer la relación sinfonía – agujero con sus experiencias sexuales de papa enterrada – agujero del culo. “Pero a los varones nos tienen prohibido el uso del agujero del culo como entrada.”
• Y allí queda expuesto el tema, o mejor la experiencia, o mejor la vida sexual de una persona que implica un permanente desafío a lo exigido en sociedad. Patricio aprendió en su familia y en el barrio, que hay hipocresías, que hay aprovechamientos, que hay juego de poderes. Se salva el que se aviva a tiempo, el que se libera e, incluso, el que sabe sacar su rédito, como si se tratara de una nueva picaresca en pleno corazón de La Plata.
• Esta forma de encarar la sexualidad, como se puede encarar cualquier otro aspecto de la vida, lo que a uno le guste hacer, por ejemplo pintar, componer música, hacer cine o escribir, implica evitar justificaciones. Y aquí vuelve la lista de un principio, los que no estaban y los que más tarde, en los años de estudio, aparecieron: Foucault, Pasolini, Puig, etc. Pero son los que se justifican y Patricio ha llegado a un punto tal que quiere hacer lo que sea, “aunque sea como el culo”. Y cierra esta serie de recuerdos y reflexiones, que arrancaron con la Heroica de Beethoven, con frases cortantes, secas, que son, a mi juicio, la cédula de identidad del personaje: “Como se me cante el culo. Que el culo como agujero, cante. Eso pensé. Porque sí.”

3.- “Cuando llegue mi final ¿cómo lo voy a contar?”
• Sí, preveo que para una novela escrita en primera persona, se hace difícil pensar cómo el protagonista pueda contar su propio final. Sucede con nuestra propia vida, en la que sabemos que habrá un final que, de seguro, es muy difícil imaginar. Pero para el novelista, en este caso Edgar De Santo, está más que claro cuál es el efecto de una obra con final abierto o, directamente, sin final. Como vio con claridad que toda esta historia, desordenada en apariencia, podía ser contada con tranquilidad, dentro de los espacios musicales que le daban los cuatro movimientos de una sinfonía. Y aquí Beethoven supera la anécdota de su enojo con Napoleón, para transformarse en guía, algo así como Virgilio con Dante. En el caso de Beethoven, no es conductor como personaje dentro de la historia, sino que es director de la orquesta y marca con su batuta la estructura de los cuatro tiempos sinfónicos y el estilo mismo de la escritura musical.
• El primer movimiento, allegro con brio, es el más largo, y está lleno de la sorpresa de los descubrimientos y el goce de las experiencias. El segundo movimiento, concebido como marcha fúnebre es adagio assai y arranca precisamente con una muerte. Con todo, Patricio cuenta su viaje vertiginoso por Europa. Pero en Londres, escuchando a Vivaldi en Saint Martin in the fields, se escucha a sí mismo pensar la idea del suicidio. El movimiento se cierra con la noticia del embarazo de Sara que conmueve al protagonista. El tercer movimiento, scherzo, jugado como allegro, intenta paliar las dudas existenciales de Pato, la conciencia de su soledad. Y viene la experiencia de “trimonio”, la búsqueda del otro, de los otros dos, para que quede más claro. Y luego la paternidad, y luego querer irse, y luego y luego... Llega el finale del cuarto movimiento. Y Edgar De Santo le hace cerrar a Patricio su relato: “cuando llegue mi final ¿cómo lo voy a contar?”
• Pero la marcación de los cuatro movimientos no es suficiente para decir que estamos escuchando música. Ni siquiera otras pautas internas, frases, títulos, poesías, que se repiten para separar o recordar el leit-motiv. Diría que he percibido lo musical del estilo del autor en un trabajo permanente de alusión y elisión que quita peso al texto, hasta hacerlo volar con ligereza. Las oraciones son siempre cortas, con las palabras justas, aunque se necesite a veces repetir, como se repite el tema de un movimiento hasta aparecer más decidido y claro. Además, De Santo no nos dice todo; sus referencias en algunos casos, o sus elisiones, en otros, obligan al lector a sentirse más libre para imaginar. Se trata de una “obra abierta”, como diría Eco, que nos da pleno derecho a reinterpretar.
• Esta musicalidad de las palabras, hecha de la ligereza de la alusión y la elisión, se enriquece con el poder de la imagen, del símbolo. La papa, que a trazos gruesos campea en la tapa misma del libro, puesto ante nuestros ojos como objeto, es un original recurso de simbolización, de características humildes al principio, como puede ser la ocurrencia al verla en la verdulería de Nito, e imaginarla enseguida como el sexo debajo de su delantal mugriento. Papas de todo tipo y tamaño, pero que al fin es la papa que brota en agua, y parecería dialogar con el tilo cercano, como dos enamorados. “¿Seguís con la manía de decir papas?”, le pregunta su amiga de París, e insiste “¿Por qué no podés llamar a las cosas por su nombre?” La respuesta de Patricio es la respuesta de la distancia que salva la propia libertad para decir o hacer lo que se le canta el culo: “No me acuerdo.”

Concluyo este comentario asegurándoles a los posibles lectores que la novela El preferido de Edgar De Santo se lee casi sin leer. Pónganse música, por ejemplo la Sinfonía Nº 3, Heroica, en Mi bemol mayor, opus 55 de Ludwig van Beethoven. Cierren los ojos. Imaginen a su propio “preferido”. Y van a ver, sin ver ni leer, que el final del libro es mucho más rápido y movilizador que el de la sinfonía.

WENCESLAO MALDONADO
enero de 2010

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